lunes, 13 de febrero de 2017

Hipocondria de la justicia

Otros tienen «hambre y sed» de justicia, yo he descubierto ahora que sólo soy un hipocondriaco de ella.
El miércoles por la tarde vi una notificación urgente del Juzgado. Como no estaba en casa a las diez de la mañana (my fault!), tendría que ir a recogerla dos días después en la sede de Fontiñas (la del juicio al electricista y a los padres de Asunta, la habéis visto mucho en la tele últimamente),
Fue la guinda de un día desafortunado en casi todo.
De golpe, se me abrían las puertas de Alcatraz: me vi -en serio- vestido a rayas y esposado. Lutero a mi lado, en cuanto a culpabilidad radical, era un puro amateur. Por acordarme (y por darme pena) me acordé de Kafka, de El proceso. En concreto del principio, que fue lo único que leí de esa novela, eso de que llega una citación y el protagonista no sabe por qué.

Empecé un examen de conciencia minucioso; culpas mías se las podía sugerir yo al Juzgado, pero ellos tendrían que tener pruebas, me torturaba yo pensando. Mi poca sensación de culpabilidad, por ejemplo, a la hora de bajar archivos de la red, se me convirtió en una losa pesadísima en mi contra, pero no acababa de creerme que por eso me fuesen a denunciar, salvo que hicieran una redada monumental a miles de personas. Y Obama ya se ha ido y Trump creo que haya dicho todavía nada sobre el tema (otro tanto a su favor).
Quizá me convocaban para formar parte de un jurado (en Santiago, en el tema asuntos morrocotudos estamos bien servidos y alguien le tendrá que tocar la china). Quizá era eso: pero ¿lo hacían así, de un modo tan misterioso?
Yo le pago a Hacienda con una transparencia inigualable, como todos los funcionarios: ahí no me podían pillar. Aunque ponía que era un «Servicio común de notificaciones y embargos», la única vez que me embargaron algo (el Ayuntamiento de Valladolid, el impuesto de circulación, cuando ya vivía en Santiago), me cogieron directamente el dinero de la cuenta, sin notificaciones previas.
Pensé también en los (pocos) que he tratado con quizá poca caridad (pero -creía ahora, dudoso- con justicia) en este blog: a ver si alguno de los diez listos más tontos de España de mi lista se había picado y me había denunciado: decidí borrar la entrada a la mínima sugerencia en esa línea, que yo no quiero líos. Pero no, mi influencia no llega a tanto.

Fui al Juzgado. Sacaron un tocho, intenté mirar qué decía mientras cumplimentaban los datos. Casi me da un jamacuco allí mismo, hasta que vi que era el dueño del coche que embestí hace meses, porque me lo encontré de morros (no sigo, porque está sub iudice, pero era culpa suya: aquella chica, sobrina del litigante, que parecía tan maja y reconoció que todo, todo, era culpa suya...). Yo pensaba que el hombre era grande por su poder que habíamos salido amigablemente de aquel topetazo rellenando los papeles, pero no, ya se ve que no.

Tengo todas las de ganar, litigante, tú que me torturaste dos días por tu afan litigatario.

(Continuará - cuando sepa cómo acaba esto: no iré a la cárcel - al menos por esto).

Lo triste es que he descubierto así mi poco temor de Dios y mi mucho temor de la justicia, cuando debiera ser al revés.

[Postscriptum: Todo acabó bien]

2 comentarios:

  1. ¡Lo que te faltaba para terminar de galleguizarte: meterte en pleitos! Pena que no sea por cuestión de marcos...

    Oye, ya en serio: siento mucho el susto, y los dolores de cabeza que seguramente dé esto. Pero, viendo el inicio, también pienso egoístamente en qué buena serie de entradas nos espera a la vuelta de los meses...

    ResponderEliminar
  2. Para que conste, todo quedó en nada: querían ir a juicio por el choque, pero pronto se dieron cuenta de que la culpa era suya (la policía municpal tenía las fotos y el atestado, porque llegaron casi al momento) y retiraron la denuncia.

    ResponderEliminar